martes, 19 de junio de 2012

Conflictos raciales en Puno II

Hay repetidas menciones, por ejemplo, a pobladores rurales que cuando salen de su comunidad ven con desprecio a los que permanecen en el campo, y a maltratos contra niños escolares provenientes de zonas rurales que van cesando conforme avanza su proceso de adaptación de su lengua materna y exhibición de un comportamiento más “urbano”.

En Puno se refieren a esta discriminación con la frase “cholo, cholea a cholo”, que alude a que la discriminación y el maltrato fluyen cuando se construye una distancia y una jerarquía en base a la posesión de marcas culturales (muchas veces sutiles al desentrenado ojo de un foráneo) entre personas que comparten similitudes lingüísticas, culturales y físicas.


La discriminación en Puno, como en el resto del país, es estructural. De un lado, aquello identificado como indígena está excluido del funcionamiento y la simbología del estado –a pesar de que los idiomas indígenas han recibido el decorativo calificativo de “oficiales”, de sus instituciones más importantes (administrativas, escuela) y, en general, de la vida nacional (medios masivos de comunicación, arena política). De otro lado, lo indígena ha sido arrojado discursivamente al pasado. Las narrativas más exitosas sobre lo indígena elaboradas tanto desde sectores conservadores como desde sectores “progresistas” y defensores de o solidarios con los pueblos indígenas difunden imágenes que aluden a  un pasado glorioso (prehispánico);  a la armonía de “lo andino” con la naturaleza (con lo que muchas veces se convierte a los pueblos indígenas en parte del paisaje geográfico), o  la vistosidad y el colorido del “folklore” y de las fiestas (que, por definición, no son cotidianas).


Estas imágenes no logran constituirse en una fuente positiva de identificación ni logran contrarrestar la potencia de los mandatos de desindigenización imperantes, más bien arrojan lo indígena de la contemporaneidad y la cotidianeidad.

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