Se debe fomentar la noción de que todas estas prácticas y saberes culturales son formas legítimas y nacionales de ser, para fomentar la noción de pluralidad. A esto se le debe añadir la diversidad cultural a niveles regionales y locales, pero también a nivel de las propias aulas y a nivel personal. Las escuelas y las aulas son escenarios donde convergen personas diferentes y se debe respetar esas diferencias.
Cada persona, por su parte, es una síntesis de elementos culturales de distintas vertientes. Debemos tomar conciencia de que cada individuo es en sí mismo intercultural. Además, se debe reconocer las distintas identidades existentes a nivel nacional, regional, local y de plantel educativo. Es decir, de cómo se establecen criterios de pertenencia que establecen diferencias entre “nosotros” y “los otros” de manera continua. A este entendimiento debe seguirle el entendimiento de que cada persona tiene múltiples maneras de identificarse individual y colectivamente, es decir, que la identidad tiene un carácter plural.
Al mismo tiempo, se debe ventilar la existencia de prejuicios y discriminación, tanto étnica como racial. Se trata de reconocer qué percepciones tenemos acerca de los otros y de nosotros mismos, y de reconocer que se trata de concepciones e imágenes que deforman nuestra manera de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. Reconocer nuestras percepciones implica reconocer su carácter arbitrario y generalizador y que determinan juicios a priori sobre los demás, impidiendo la comunicación efectiva. Las autoridades deben tomar conciencia de cómo los prejuicios y la discriminación se manifiestan en la sociedad en general y en los propios planteles
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